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El camino circense de Gonzalo “Cuete” Borgogno

El camino circense de Gonzalo “Cuete” Borgogno

Integrante de La Parlota, el recorrido de Cuete en el malabarismo y el circo está marcado por una constante reinvención.

“Conocí el malabarismo en una esquina”, dice Gonzalo “Cuete” Borgogno al recordar cómo empezó todo. Fue entre julio y septiembre de 2003, cuando un amigo le mostró cómo hacía malabares con tres limones. Ese momento marcó el inicio de una búsqueda autodidacta que se transformaría con el tiempo en un oficio sostenido por el aprendizaje constante y el trabajo escénico.

En aquel entonces, la falta de acceso a contenidos obligaba a buscar alternativas. “No estaba YouTube todavía, no había tantas redes sociales. Íbamos al ciber, dejábamos descargando seis videos y al otro día podía ser un video de cuatro segundos con algún truco… o de nada”, cuenta. En ese contexto, la creatividad ocupaba un rol central para resolver cuestiones técnicas y desarrollar rutinas. La observación, la prueba y error, y el contacto con otros artistas que andaban de viaje fueron herramientas clave en esos primeros pasos.

Ese mismo año, asistió a un encuentro de circo en Villa María, en un espacio cultural llamado Estilóbato. Allí se encontró con malabaristas de otros lugares y accedió por primera vez a herramientas más específicas. “Ese encuentro se daba cada 12 meses, entonces teníamos que esperar un año para tener acceso a información nueva”, recuerda.

El semáforo fue su primer escenario. “Era súper accesible porque pasaba mucha gente conocida, estaba cerca de casa, y generábamos rutinas de 35 segundos, que es lo que duraba la luz roja”. Con esos fragmentos empezaron a construir escenas más largas, que luego presentaban en fiestas, eventos o plazas. También actuaron durante mucho tiempo en el reloj de la plaza. A medida que fueron adquiriendo más herramientas escénicas, comenzaron a armar obras que podían ofrecer en otros contextos: empresas, fiestas infantiles o salas de teatro.

Además de actuar, fueron generando espacios educativos vinculados al circo. “Venían colegas, daban clases, hacían sus espectáculos, y después nosotros íbamos a otros lugares a actuar”, explica. Así conocieron anfiteatros, carpas, parques y escenarios de distintas partes de Latinoamérica.

Durante los años de trabajo callejero, no faltaron los cruces con inspectores de tránsito. “Siempre era enviado por alguien, que a su vez era enviado por otro… así era una cadena”, cuenta. Aunque nunca tuvieron problemas serios, sí debieron aclarar en más de una ocasión que lo que hacían no era un pasatiempo: “Teníamos que explicar que esto era una profesión, que existe hace miles de años y que en Europa ya se venía dando hace muchísimo tiempo”.

Actualmente, junto a su compañera Luciana Balangione, impulsan Sokarrat, una varieté donde invitan a artistas de distintos lugares a compartir escenario bajo la conducción de un presentador. “La idea es mover ese proyecto a lugares pequeños donde haya algún potencial artista o alguien que se esté gestando como artista circense, y llevarle el proyecto para incentivarlo o enriquecer lo que está haciendo, como nos hubiese gustado que suceda con nosotros en San Francisco”, señala.

Borgogno destaca que hoy los espectáculos callejeros no tienen la misma presencia constante que antes, pero en los semáforos aún se ven artistas “súper buenos”. Y aclara que estar en la calle no es consecuencia de una falta de opciones. “Es una elección total de vida. Hay un preconcepto de que están ahí porque no les queda otra. No está del todo equivocado, pero no es tan así. La mayoría de la gente que está en el semáforo o haciendo espectáculos callejeros lo elige”.

A más de veinte años de aquellos primeros malabares en la esquina, “Cuete” sigue en movimiento. “Estamos en constante evolución en la ciudad. El apoyo que tuvimos cuando empezamos fue súper importante, y estamos con un agradecimiento constante. Lo que se nos dio, tratamos de devolverlo de alguna manera”.

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