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La increíble historia de la abuela argentina que por nombrar a Messi se salvó de ser secuestrada por Hamas

La increíble historia de la abuela argentina que por nombrar a Messi se salvó de ser secuestrada por Hamas

Ester Cunio tiene 90 y vivía en el kibutz israelí Nir Oz junto a su familia cuando los terroristas de Hamas los atacaron y secuestraron.

 

Hace 5 meses el mundo quedaba perplejo ante la invasión del grupo radical Hamas en territorio israelí, regando de sangre y muerte todo el sur de Israel. 1200 personas murieron tras los ataques de los milicianos de este grupo terrorista.

El kibutz israelí Nir Oz fue uno de los más afectados y golpeados por el ataque. Decenas de casas quemadas, marcas de sangre que quedaron en las paredes, rastros de disparos, muertos y personas secuestradas, de las cuales algunos todavía hoy están en la Franja de Gaza.

Allí mismo, aquel 7 de octubre, estaba Ester Cunio, una argentina de 90 años que vive en Israel desde la década del 80. Horas antes de que se produzca el ataque terrorista, esta mujer había comido con los 20 miembros de su familia. Sólo 12 estaban en la casa al día siguiente, el resto había sido secuestrado.

“Yo soy de donde es Messi”. Estas fueron las seis palabras, en castellano, que llego a pronunciar Ester y le alcanzaron para ninguno de los que estaban atacando su casa, se la llevaran de rehén al enclave palestino.

En la entrevista publicada en “Voces del 7 de octubre”, un documental en español realizado por la organización Fuente Latina, esta abuela cuenta el paso a paso de cómo fue que ingresaron a su casa y ella evitó que la secuestren.

Tal como lo relata, cuando la quisieron agarrar del brazo a los gritos ella le dijo: “No me hables porque yo tu idioma no lo sé y el hebreo lo hablo mal. Yo hablo en castellano, de Argentina”.

El terrorista que estaba junto a ella la mira con sorpresa y en las pocas palabras que pudieron intercambiar él le pregunta “qué es Argentina”, a lo que Ester le dice: “¿Vos miras fútbol? Yo soy de donde es Messi”.

“¿Messi? Messi me gusta”, le respondió el hombre, quien a continuación le puso una ametralladora sobre la falda y le pidió a un compañero que le saque una foto. Es la imagen que, entre tanto dolor, quedará como una anécdota de salvación ante la salvaje agresión.

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